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Centenario de la Colonia Etchepare

  • Fecha de emisión: 04/12/2012
  • Código: 2012-37-mp
  • Diseño gráfico: Gabriel Casas sobre obra de Cabrerita

Raúl Javiel Cabrera

“Cabrerita”

fuente: Galería de Arte “Portal de San Pedro”

Sra. Sofía Loureiro

Nace en Montevideo el 2 de diciembre de 1919. Abandonado por su familia, pasa los primeros años en un asilo y concurre a la escuela José Pedro Varela hasta 5º año.

Sus cualidades artísticas se manifiestan tempranamente, trabaja desde muy joven y entre otras tareas, pinta vitrales. Asiste al Círculo de Bellas Artes de Montevideo, a la Universidad del Trabajo del Uruguay, por entonces bajo la dirección de Guillermo Laborde, estudia además con Gilberto Bellini, con Serrano en el Taller Don Bosco y con Prevosti. Aunque su vida transcurre entre internaciones en hospitales psiquiátricos y familias que lo toman a su cargo, su tarea plástica es constante. Realiza exposiciones individuales en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Montevideo; en el Ateneo; en el X Salón Nacional, 1946; y participa en la XVI Bienal de San Pablo, Brasil, 1981. Es premiado en el V Salón Municipal, 1944; IX Salón Nacional, 1946, y VII Salón Municipal, 1946.

Su tema son niñas extrañas, de rostros largos, ojos fijos, mirada seria y ausente, con las manos cruzadas, estáticas, cubriendo el sexo. En ocasiones pintó observando del natural, pero asociaba el procedimiento con la pintura académica. La mayoría de las obras conservadas del artista son acuarelas donde se observa geometría, ritmo, brazos cruzados en escuadra, manos y vestidos que pueden considerarse gráficos y casas o elementos arquitectónicos rígidos.

Está representado en el Museo Municipal Juan Manuel Blanes, de Montevideo, Uruguay, y en el Museo Nacional de Artes plásticas y Visuales de Montevideo, Uruguay.

Se ha escrito mucho sobre Cabrerita en los últimos tiempos, auque en realidad se lo conoció poco. Integrante durante la década del Cuarenta y mitad de la del Cincuenta de una bohemia artística que se movía entre el Ateneo y el Sorocabana, Cabrerita fue un marginal al que se le concedían méritos artísticos y se le reprochaba su forma de vida, o su manera de ser, a su singularidad. No cabe dudas que Cabrerita era distinto hasta para el entorno poco prejuicioso y a menudo solidario que lo rodeaba. Carecía de alojamiento y de trabajo, vestía como un mendigo, era deseado, y arisco pese a su timidez, no tenía el menor sentido del dinero, vivía a café con leche que pagaba con algún peso que le daban sus amigos en acto de generosidad y cuando vendía algunas de sus obras.

En casi todas las acuarelas aparecía una imagen de una mujer rubia llamada Esther. Esther estaba si no presionada, al menos contenida en ritmos geométricos o geometrizantes que de alguna manera mantenían separada del universo real a Esther, mirando al vació pero con serenidad, con placidez, era una imagen hierática, resuelta plásticamente, de un modo clásico, se había llegado en sus soluciones a una forma constante, una manera de decidir, su expresión, que no ofrecía dudas, era siempre la misma y considerada perfecta por el creador. Lo que se modificaba era el entorno, el que rara vez aparecía como tal, sino que casi siempre eran soluciones puramente plásticas. Esa Esther era aquella niña que había visto sentada en un escalón cerca de su casa y lo obsesionó toda su vida. Cabrerita retuvo la imagen de Esther, otorgándole desde un principio carácter de eternidad. Así se vio en el afiche del “Teatro Essaion de París”, que hace varios años lleno la “ciudad luz” con esa mirada.

La acuarela era su medio expresivo y lo único que manifestaba dejando de lado que lo hacía magistralmente era una obsesión serena sobre la que ejercía control. Esto lo canjeó Cabrerita por la misma obsesión, pero desalentada, dolorosa, casi desesperada.

A Cabrerita lo internan y llega, desde lo hierático, a la angustia mordaz... Ese es el camino que recorre Cabrerita en cincuenta años de enfermedad y tratamiento. Toda su obra inicial era plácida y segura; toda su obra posterior es dubitativa y convulsionada, pasa, de una distribución ordenada a la dispersión, mientras su fijación perdura. Había una mesura, un autocontrol, un concepto de color y una serenidad de ritmos, de soluciones que se perdió. Inclusive Esther ya no fue la misma, se manifiesta alternada, dispersa, débil, en colores banales y abigarrados.

Cabrerita hoy aparece como metáfora humana, esta tan allá que debe dar un gran rodeo para parecerse a un hombre común; de vuelta, hace lo posible-o lo aparente-por acercarse, se sienta en rueda...pero no esta...a el solo le interesa estar con el mismo. Repasando imaginariamente el conjunto de la obra de Cabrerita para lo que nos ayudan las reproducciones aparecidas en dos afiches de París una de 1946 y otra de 1984, puede observarse la diferencia que hay entre la producción de una época y la de la otra, la distinta manera de concebirla.

A sí, insistentemente, Cabrerita a través de su obra, nos hace saber, sin él saberlo, de su posibilidad de ser, de decidir y de comunicar, más allá de su presencia, más allá de las escuetas palabras que murmura, de su mirada pendiente y evasiva. Fue gran admirador de Picasso, Amézaga, Barradas y Torres García quién frecuentaba sus clases y a sus discípulos. Pasó su mayor tiempo en el Hospital Vilardebó y en la Colonia Etchepare a causa de una esquizofrenia aguda.

Desde el año 1980 y gracias a gestiones privadas y bajo el gobierno del Dr. Julio María Sanquinetti se consigue el Alta de la Colonia Etchepare y pasa a residir en casa de la familia Luchinetti quién afectuosamente le brindo cariño y amor. Cabrerita no deja de pintar y muchas veces a ritmo febril, recién en la década de los ochenta se produce lo que podría llamarse un redescubrimiento de Cabrerita. En 1981 sus obras van a la Bienal de San Pablo (Brasil. En 1982 integra, junto a diecinueve plásticos relevantes, la muestra “Arte contemporánea del Uruguay” que se exhibe primero en Montevideo y luego se muestra, con carácter itinerante, por la entonces República Federal de Alemania.

Algunas galerías se interesan por su obra y lo incorpora a su elenco. Esta suma de hechos va generando una especie de “fenómeno” Cabrerita. Lo curioso es que el protagonista mantiene una elusiva ajenidad con esa creciente y merecida celebridad. El se remite a pintar. Se suceden los rostros de mirada fija, alucinada sí, pero a la vez deslumbrada, ingenua.

Su técnica siempre es la acuarela, Espínola Gómez, sostenía que Cabrerita era, sin duda, el mejor acuarelista que registra la historia plástica uruguaya.

El profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Montevideo Prof. Miguel A. Pareja Piñeyro (03/12/1970) dice: “...conozco la trayectoria creativa del pintor Javiel Raúl Cabrera (Cabrerita) y pudo acreditar que se trata de uno de los artistas nacionales de mayor significación surgido en las ultimas décadas. La protección oficial que pueda resolverse para favorecer su dedicación a la satisfacción de sus afanes creativos, redundara en beneficio nacional y será de indiscutible justicia...”

En el azaroso deambular de Raúl Javiel Cabrera por el mundo (un mundo formado por unas pocas calles céntricas y alguna mesa del Sorocabana), a su tímida manera se comunicó con poetas y con plásticos en la década del 40. Lo que vino después, en su larguísima internación en el Vilardebó y en la Colonia Etchepare, lo ignoramos. Pero en los “años locos” fue su íntimo el poeta surrealista José Parrilla quién le hizo conocer versiones españolas de los poemas de Rimbaud, Jean Cocteau y Breton. También él, alguna vez, quiso ser poeta y escribió algún texto (o lo garabateó) en un pedazo cualquiera de papel, en una servilleta entregada a los amigos o extraviada en alguna oscura pensión.

Cabrerita fallece el 28 de diciembre de 1992 en la Ciudad de Santa Lucía, Departamento de Canelones.