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Personalidades Afro Uruguayas - Sayago

Ilustración de Sayago
  • Fecha de emisión: 01/12/2016
  • Código: 2016.37.C
  • Valor: $20 (pesos uruguayos)
  • Diseño gráfico: Gabriel Casas
  • Artista plástico: Mary Porto Casas
  • Dentado
  • Tirada: 15.000 sellos
  • Imprenta: Sanfer SRL
  • Plancha: compuesta por 25 sellos
  • Tema: Celebraciones/Conmemorativo
  • Serie: Personalidades afrodescendientes

 

En el marco del “Día del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial”

Ley Nº 18.059

 

Agradecimientos a la Artista Plástica Mary Porto Casas por el diseño del sello y al Prof. Oscar Montaño por la reseña histórica.

 

SAYAGO

Con este nombre se conoció a uno de los más destacados músicos populares de Montevideo de la segunda mitad del siglo XIX. Era director de la comparsa Raza Africana y era un maestro con el clarinete, si nos atenemos a los relatos que hemos podido localizar.

Sayago hacía vibrar el aire montevideano con un estridente clarín: recorría las calles “desgranando las notas del Himno de Riego, la Marsellesa o la Marcha de Garibaldi, y repartiendo volantes de propaganda”.

Teatros, circos y remates tenían en él su gran agente publicitario. En tiempo de corridas de toros era él con su clarín imprescindible, quien daba los toques reglamentarios de abrir el toril.

Aunque no fuera carnaval, él se agenciaba una murga y, en sus correspondientes fechas —nos informa otro artículo de Sansón Carrasco—, “recorre las casas de todos los Juanes y Pedros o Antonios que sabe él han de retribuirle la atención con alguna propina decente. El 25 de mayo saluda a toques de clarín a todos los argentinos bien acomodados; el 14 de julio festeja a los franceses; el 24 de mayo, día de la reina Victoria, cumplimenta a los ingleses; en el aniversario del Estatuto, les da música a los italianos, y a todos… les dirige discursos alusivos”, chapurreando sus respectivos idiomas, porque Sayago hacía gala de ser suelto de lengua y de haber corrido mundo.

Su historia contada a Sansón Carrasco, verídica o no, tenía sus ribetes novelescos. Representaba en 1883 cincuenta años escasos, aunque otros detalles obligaban a adjudicarle una cifra mayor. Había nacido en Angola, decía, hijo de un reyezuelo llamado Lucango Cabanga. De muchacho lo embarcaron en un bergantín de guerra portugués en el que navegó varios años.

Por 1839 se radicó en Montevideo y entró a servir en el saladero de Sayago, de donde tomó el apellido. Cuando el Sitio Grande sirvió en uno de los batallones defensores, esos siete batallones de morenos que son “liones”, que había  cantado Hilario Ascasubi en una de las versadas de sus gauchos. Terminado el sitio continuó en la banda de música del regimiento de artillería.

Se casó con Eugenia Rivera, hija de la tía Catalina Vidal, “célebre por sus pasteles y empanadas”.

“Yo la recuerdo todavía. —dice Sansón Carrasco. —A tía Catalina, con su canasto de caña tejida equilibrado en la cabeza sobre un rodete de trapo, contoneándose por esas calles, con su rebozo a media espalda y la mano apoyada en la cadera, recorriendo las casas de sus marchantes. Y recuerdo también cuando ponía en el suelo su canasto, y ella, en cuclillas, sacaba primero la blanca toalla que lo cubría en seguida  iba levantando una tras otra las frazadas dobladas que servían de abrigo a los pasteles, arreglados allá en el fondo de una doble camada, humeantes todavía como si acabasen de salir del horno”. Eugenia había heredado los clientes de su madre y los proveía de pasteles como quien cumple un rito tradicional; pero no salía a la calle a vender, ni amasaba para cualquiera.

A pesar de su matrimonio y de sus numerosos descendientes, Sayago, el del clarín, sintió un día deseos de visitar a su padre, el reyezuelo, y se embarcó en 1859 rumbo al África.

Al año siguiente estaba de vuelta. Entre las muestras de su poliglotía solía enjaretar esta retahíla que él aseguraba ser idioma congo:

-Angola–ya– ilange ya–samba–ogina–dia–tata–me–gana–Lucango Cabanga.

Que quería decir, salvo error u omisión:

-Mi padre se llama Lucango Cabanga y es natural de Angola”.

 

“El tango de la Raza Africana, se debió a la intención de los morenos nativos de ofrecer una novedad dentro de su modalidad danzante, evitándose el entonces vulgarísimo candombe, y tomaron aquel sinónimo del vocabulario de sus mayores...”.

La formación de sociedades filarmónicas no alejó a los morenos criollos de las ruedas danzantes de sus mayores; ya queda dicho que ellos fueron los oficiantes cuando las piernas del africano ya no respondían al trajín de su baile. Con sus comparsas, el nuevo negro hacía una demostración de su temperamento sin perjuicio del respeto a la tradición, que acompañó tan fielmente en esta emergencia, que cuando el Candombe clásico agonizaba, terminaban su ciclo aquellas sociedades en las últimas apariciones de La Raza Africana.

Muchos han de recordarla; reducida a unas diez personas; muy pobre; con sus ropas gastadas y descoloridas; en alpargatas. El país había progresado, por eso la miseria había aumentado. En alpargatas iban los pobres negros criollos, a rendir su anual saludo a las familias pudientes, a las cuales el progreso les había traído otra clase de miseria: el egoísmo, pues tiraban a la pobre gente una pobre limosna, lo que antes era un obsequio rumboso.

Luchando contra el progreso y la miseria, el popular negro Sayago aseguró los últimos días de la Raza Africana.

A su acierto y corrección fue encomendada la dirección de la sociedad, a sus innumerables relaciones entre los patroncitos los éxitos pecuniarios.

Marchaba a la cabeza, con su apostura y su peinado a lo Lucio Victorio Mansilla, clarín en mano, su famoso clarín, la más criolla y eficaz reclame que se conoció en el Plata; maravillosa herramienta que era para su dueño la mitológica trompeta de la fama convertida en palpable realidad...”.